Que Oscar Wilde es un gran escritor no creo que lo dude nadie, pero que no es tan conocido su pensamiento tan cercano al anarquismo creo que es un hecho. En su texto El alma del hombre bajo el socialismo comienza realizando una declaración de intenciones en contra de la explotación del trabajo ajeno («esa sórdida necesidad de vivir para los demás», lo expresa Wilde con retórica propia). Pero el atrevimiento del irlandés va más allá, y resulta de plena actualidad su análisis, denunciando una sociedad en la que no solo se permite la pobreza, sino que se la mantiene viva con supuestos actos filantrópicos e incluso progresistas. Dicha actitud, según Wilde, y como ejemplo emplea al propietario de esclavos que los trata con amabilidad, impide la reconstrucción de la sociedad de tal manera que la pobreza resulte imposible. No se anda con chiquitas el socialista Wilde y denuncia la institución de la propiedad privada, la misma que engendra numerosos males y pretende luego su atenuación. Resulta nítido que Wilde quiere reemplazar la propiedad privada por riqueza pública y la competencia por cooperación.
Por otro lado, el socialismo según Wilde conducirá también al individualismo. Si la sociedad permite la base y el entorno apropiados para el desarrollo de todos los seres humanos, todavía será necesario el individualismo. Wilde profetiza, junto a los primeros anarquistas, que un socialismo autoritario, un gobierno que se arrogue el poder económico junto al político, conducirá a un estado aún peor. La sociedad capitalista y la propiedad privada solo permite a algunos hombres realizarse, mientras muchos otros llevan la pesada carga de de la dependencia de los demás y solo pueden recoger algunas migajas de prosperidad. Esta situación es la que impide a los desposeídos ser conscientes del parálisis y envilecimiento que sufren, incluso de su propio sufrimiento para terminar acatando unas leyes que permiten la desigualdad. La solución no pasa por la tiranía económica que supondría el socialismo autoritario, sería esclavizar al conjunto de la sociedad (en lugar de a una parte), y Wilde señala lo importante de desterrar toda coacción y violencia en la sociedad. Únicamente en la asociación voluntaria podrá el hombre realizarse adecuadamente a nivel individual.
El autor irlandés recuerda lo interiorizado que tenemos el «tener» en una sociedad capitalista que adora la propiedad privada, y que la auténtica perfección está en «ser». Puede decirse que la personalidad humana ha sido absorbida por lo que posee, y ello se refleja en las leyes inglesas tan severas en cuestión de delitos contra la propiedad. La propiedad privada habría pervertido la misma noción de individualismo, impidiendo que una parte de la sociedad sufra necesidad y no pueda por ello ser verdaderamente individual, dar rienda suelta al goce y a la alegría de vivir. Acumular cosas supone malgastar neciamente la vida. No sé si Wilde llegó a leer a Stirner, y a pesar de los prejuicios que tenía éste sobre el socialismo (como una nueva abstracción autoritaria que anulase la individualidad), recuerda mucho al alemán la aseveración del irlandes de que la auténtica posesión del ser humano está dentro de él, ya que todo lo que permanece en su exterior no tiene importancia ni trascendencia alguna. Wilde no solo confió en un sistema socialista que acabara con la necesidad económica, sino que su forma de entender el individualismo era plenamente conciliable con lo social y puede decirse que necesitaba incluso de ello.
Wilde creía sinceramente en el fin de la autoridad, en lo pernicioso que resultaba, incluso de manera más desmoralizadora si se llevaba a cabo de manera sutil, una sociedad sometida. El sistema resultaba más brutal por el empleo sistemática de castigos, que por los crímenes ocasionales, incluso se habría demostrado que existe una relación entre ellos de tal manera que la disminución de la represión conduce a menos acciones violentas. El irlandés, como buen socialista, pensaba que era la necesidad, y no el vicio, el engendrador del crimen y que éste desaparecería en el sistema perfecto. Es una visión utópica, si se quiere, pero digna de tener en cuenta en un mundo en el que el autoritarismo y el reparto desigual de la riqueza siguen siendo los mayores males, por mucho que trate de maquillarse las dos cuestiones con una dominación benévola, política y económica.
Wilde hablaba de ausencia de gobierno y de autoridad, y consideraba que el Estado se convertiría en una asociación voluntaria que organizaría el trabajo, y produciría y distribuiría los artículos de primera necesidad. La visión del irlandés sobre el Estado, aunque nunca hablara del fin del mismo, nada tenía que ver con dominación ni explotación algunas, se trata de una simple cuestión de terminología. Su visión puede decirse que era clásica, por un lado, con tiempo suficiente para el ser humano para el arte y la filosofía, y con plena confianza en el progreso tecnólogico, de tal manera que fuera la máquina la encargada de hacer los trabajos más degradantes. Si en la Antigüedad, el tiempo para la virtud y el conocimiento de algunas personalidades se hacía a costa del sometimiento de otros, en la nueva sociedad sería la máquina la que ocupara el lugar de los esclavos.
El progreso tecnológico aseguraría una gestión eficaz de una sociedad libremente organizada, y gracias a ello existiría tiempo en cada individuo para la creación de la belleza. Es el arte la forma más intensa de individualismo que reconoce Wilde. Un artista libre de ataduras de ningún tipo, con libre horizonte para su expresión, como se considera igualmente al hombre de ciencia o al filósofo. De otra manera, el arte, la ciencia y la filosofía se encontrarían sujetas a la tiranía de la colectividad, en lugar de a un gobierno a una iglesia. No oculta Wilde su visión sobre el público, que suele temer la innovación y venerar a los «clásicos», algo lógico ya que la forma exacerbada de individualismo que supone el arte tiene siempre un elemento perturbador y destructor. De esta forma, se trata de asegurar la lucha permanente contra la monotonía, acabar con la esclavitud de la costumbre y de la moral establecida, y evitar la cosificación del ser humano. La llamada «opinión pública», junto a los medios de comunicación, es defenestrada por Wilde, corrompida en gran medida por la noción de autoridad; y todavía más perversa cuando trata de invadir el terreno del pensamiento o del arte, propio de la individualidad.
Escrito por Jose María Fernández Paniagua.
Me parece muy gratificante encontrarme páginas como esta con temas profundos interesantes y de gran enseñanza
Pues no conozco mucho de Wilde pero es un pensamiento supremamente actual diría yo se ajusta perfecto a la sociedad en la que vivimos
Es tan bonito como Wilde en su obra «El Fantasma de Canterville» muestra las estructuras materialistas propias de los burgueses combatiendo lo artístico y espiritual; Estadounidenses v/s fantasma….