El número, la masa, la generalidad. El mito del pueblo. Las mayorías mandan, las minorías acatan, y encima deben sonreír porque tuvieron el derecho de opinar ¿Pero qué modo de solucionar problemas es ese?
Si mil cristianos dicen que la tierra es triangular y uno que es redonda. ¿Será el segundo el equivocado? El número no garantiza la efectividad, o la veracidad de las propuestas. Solo nos habla de probabilidades, de tendencias de opinión, que en el fondo no son más que sumas de legítimas subjetividades individuales. Es decir, son ante todo un agregado de opciones personales, tan dignas de ser consideradas o desechadas como cualquiera otra que entre en el juego. ¿Qué sentido puede tener entonces el que la “razón” sea aprobada por una arbitrariedad tan descarada como el número?
Y cuando escribo esto no solo lo hago pensando en los coyunturales periodos electorales. Que los políticos sean unos corrompidos, que traicionen a sus electores, que no vengan “del pueblo”, que las elecciones no cambien nada en el fondo, todo eso y mucho mas, son ya cuestiones sobradamente consabidas.
Pero la cosa está más incrustada de lo que parece.
El mismo problema surge a la hora de elegir un representante o tomar una decisión colectiva. Naturalmente no siempre andamos buscándonos delegados o amos (de hecho, hace mucho que debimos abandonar ese oscuro ritual), pero muy a menudo debemos salir al paso de dudas o problemas de diversa índole que requieren respuestas en conjunto, dado que no estamos solitos en el mundo. Y en ambos casos solucionamos la cuestión de la misma forma en que lo hemos venido haciendo desde pequeños, con urna o sin ella: votando, siempre votando.
Y es que es el método solucionador de problemas más imbécil que se nos pudo ocurrir. Lo tenemos en todas partes. Acá adentro, en la casa, con nuestros amigos, en las vetustas carreras politiqueras o en las mitificadas asambleas.
Y no se trata de acabar el dialogo y la confrontación de ideas. De hecho, es todo lo contrario. Es quitarnos esos límites tan burdos como el triunfo o la derrota por la aleatoria dictadura de la mano alzada.
¿Y cómo nos ponemos de acuerdo entonces? Discutiendo. Intercambiando opiniones. Evitando anularnos. En fin, cada cual como estime, a mi no me pregunten. Pero votando ni a misa. La votación es la muerte.
Escrito por Manuel de la Tierra.
Extraído desde: Nadie te Representa