Debido a las condiciones de vida de los trabajadores de principio de siglo, pronto se da cuenta que debe ayudar a los suyos y busca un oficio, transformándose en tipógrafo a muy temprana edad.
Esta actividad le permite acercarse a publicaciones y libros que definirían su inclinación ideológica por el resto de su vida. Le permitió también, escribir en varios periódicos y hacerse conocido entre sus pares por el tono fuerte, decidido y retador que había en cada una de sus palabras.
Una de sus mayores cruzadas fue el antimilitarismo, ya que repudiaba profundamente a estas instituciones por lo ocurrido en su ciudad de Iquique, en la Escuela de Santa María, en 1907. Debido a esto, utilizó varias de las páginas de los periódicos en los que colaboró (La Batalla, Tierra y Libertad y El Proletario dentro de nuestras fronteras y varios más en el extranjero), para declararle la guerra al militarismo, llamar a los jóvenes a no inscribirse al servicio militar obligatorio y vilipendiar a los militares. Junto con su trabajo mediático de contrainformación, se hizo él mismo partícipe de esta batalla no inscribiéndose para realizar el servicio militar.
Estas actitudes, calificadas de antipatriotas, le costaron su primera estadía en la cárcel y su primer proceso, en el que fue juzgado por remiso y desertor militar, cuya condena fue de cuarenta y un días en prisión y un año sirviendo en el Regimiento de Granaderos (Iquique), lugar en el que estuvo sólo veintiséis días, ya que al llegar ahí, fue tan maltratado por los militares que debió pasar todo el primer tiempo de su estadía en el hospital del regimiento, lugar de donde se escapa luego de ver mejoras en su salud.
Al lograr esta huída, se dirige hacia el norte emprendiendo inicialmente el rumbo hacia Perú, donde residió durante un tiempo, hasta que decidió seguir un viaje más al norte, llegando a México probablemente hacia finales de 1917. En ese lugar habita y trabaja algunos meses, junto con colaborar nuevamente con todas las publicaciones que así se lo pidieron.
Un año después, en 1918, vuelve a Chile para seguir con su lucha. En ese momento da vida a un nuevo periódico en Valparaíso, llamado Verba Roja, del que fue redactor y columnista habitual. Lamentablemente, su historia estaba destinada a terminar pronto, ya que apenas las autoridades se enteraron de su retorno, lo procesaron nuevamente, esta vez por sedición, por conspirar contra la seguridad del Estado, por ser “Siervo del Perú” y nueva mente por deserción al Ejercito.
Una vez apresado fue llevado a la cárcel Pública de Santiago, Galería N°6, celda N°8, desde donde logró escribir algunos artículos que pronto fueron publicados en la prensa obrera, en aquella prisión permaneció bastante tiempo hasta que las autoridades decidieron el que seria su futuro.
Este segundo proceso fue aún más terrible que el anterior.
A pesar de que fue absuelto por los cargos de sedición y conspiración contra la seguridad del Estado, debido a la falta de pruebas de delito, las autoridades se ensañaron con él y decidieron continuar con el proceso por deserción que había abandonado algún tiempo atrás.
Una vez que llega al Regimiento de Granaderos por 2° vez es incomunicado durante 4 meses, en los cuales se abusó profundamente de él, tanto física como sicológicamente, se le torturo, apaleó e incluso fue escasamente alimentado.
Luego de este tiempo incomunicado, en Diciembre de 1919 se le permite volver a un régimen de presidio “normal” y recibe las visitas de sus condiscípulos de Verba Roja, quienes lo entrevistan y conversan con él. Durante esa entrevista, Rebosio deja ver lo mal que lo ha pasado pero lo poco que le importa, preocupado principalmente por cómo están las cosas en Rusia, cómo están los trabajadores del país, etc., esto ocurría al mismo tiempo que el Tribunal Militar pedía la pena de muerte por su “delito de deserción”.
Sin embargo, esta intención de los militares no perdura, debido a que el 5 de Abril de 1918, en la conmemoración del centenario de la batalla de Maipú una ley de la república había otorgado amnistía amplia y general a todos los infractores de la ley de reclutamiento1. Es por esto que el tribunal se ve obligado a sobreseer su caso y enviarlo a Santiago para que lo encausaran por los “delitos” de Verba Roja. Luego de esto, vuelve a la capital durante los primeros días de 1920, y nuevamente es sobreseído por no existir una verdadera causal de delito… sus procesos se cierran definitivamente el 7 de Febrero del mismo año.
Ya libre, pero gravemente enfermo por la tuberculosis contraída durante su penoso encierro, Rebosio pasó a ser una especie de héroe romántico y popular, admirado por sus amigos y enemigos. Fiestas en su honor y colectas para que subsistiera no le faltaban*.
Durante este tiempo, participa lo más posible en toda actividad a la que puede concurrir, sin embargo, su capacidad física y mental habían bajado considerablemente luego de sus estadía en la cárcel, los maltratos, la tortura y el hambre comenzaban a pasar la cuenta, ya a penas podía mantenerse de pie y poco podía escribir, aún así, logra escribir lo que será Su Testamento, que le cuesta a mediados de Marzo una nueva causa judicial en su contra entablada por el gobierno**. Esto lo obliga a pasar nuevamente un periodo en la cárcel, sin embargo, su consumido y deplorable estado de salud lo libra rápidamente de esta estancia.
El 26 de Abril de 1920, – como arrancado de una novela romántica- un hombre tísico se apersona en la casa de su enamorada portando un bello ramo de violetas, con una tarjeta, que deja para ella. El hombre – que se llama Julio Rebosio y sólo tiene 24 años – se va, camina unos pasos e inesperadamente saca un revólver con el cual se quita la vida, en plena vía pública. Más tarde se sabría que el texto del mensaje póstumo para su novia decía: “¡Eres libre!, quise construir contigo un mundo común, pero el Estado y su institución no nos dejaron. Sólo recuérdame. Te amo. Julio”***.
Así terminó la vida de Julio Rebosio Barrera, un compañero que conoció de cerca la cárcel y el encierro, los maltratos y las injusticias; uno que vivió en carne propia lo que todos nosotros tememos, pero que sin embargo, nunca dejó que el Estado ni sus siervos vieran en él ni una pizca de temor ni de arrepentimiento, es más, los confrontó públicamente mientras tuvo a su alcance las herramientas para hacerlo.
Escrito por Javi.
Tomado desde la Revista Acción Directa N°4, segundo semestre 2007, región chilena.
Notas:
* Oscar Ortiz, Crónica anarquista de la subversión olvidada. Ediciones Espíritu Libertario, Marzo 2002. Pág. 39
** Ibíd.
***Ibidem., Pág 40.
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