“Fue el que manchó de sangre la tierra generosa,
El que ordenó las muertes y las flagelaciones,
El que despreció el llanto de madres y esposas
Y arrojó las conciencias libres a las prisiones”.
(Extracto del poema “Ibáñez”, 1938).
En febrero de 1927, el general Carlos Ibáñez del Campo, quién decía representar los “ideales” de la oficialidad descontenta del Ejército, llegó al poder, gobernando con el apoyo de civiles y militares hasta el 26 de julio de 1931. Su régimen autoritario tuvo a decir de Tomás Moulián una: “naturaleza cesarista en el sentido de Marx. Se trataba de un caudillo que se impuso como “salvador” a los demás grupos y clases, a través de maniobras de fuerza (…). En cuanto jefe de una facción militar se autocolocó por encima de los grupos, aprovechando sus mutuas debilidades”.
Durante su régimen dictatorial, fuertemente represivo y autoritario, enmarcó a las organizaciones de trabajadores en un sistema de sindicalización legal tutelado por el Estado y llevó a cabo una serie de medidas sociales mediante el fomento de legislación socio-laboral que resultaron ser, como ha señalado el historiador Jorge Rojas Flores, “un refugio atractivo para la mayoría de aquellos descontentos que, desconfiados del parlamentarismo, los partidos políticos y el supuesto sufragio universal, esperaban de un gobierno fuerte el fin a todos los males”.
El dictador Ibáñez del Campo silenció los agravios de los trabajadores con represión en nombre del anticomunismo y con sustitutos gubernamentales para los sindicatos autónomos, socavando a las principales organizaciones políticas y sindicales existentes en Chile de inspiración comunista y anarquista. Siguiendo la senda trazada por los movimientos protofascistas y conservadores de Europa (Italia, 1922; España, 1923; Turquía, 1923; Albania, 1925; Portugal, 1926; Yugoslavia, 1929; Rumania, 1930), inició una razzia sistemática, desde el Estado, contra el movimiento de trabajadores en Chile, sin parangón hasta ese entonces. Las deportaciones, desaparecimientos y asesinatos fueron pan de cada día durante su breve, pero brutal dictadura. La Isla de Más Afuera, en el Archipiélago de Juan Fernández, y la Isla de Pascua, se transformaron “en el infierno del Dios enloquecido”.
Según señalaron los anarquistas del Centro de Estudios Sociales “Amor y Libertad” en su folleto titulado el Terror Ibañista. Breve reseña de la Dictadura, editado en 1938 en la ciudad de Rancagua: “Ibáñez se creía dueño de vida y haciendas, y su servicio de Investigaciones y soplones funcionaba a las mil maravillas. Se violaba la correspondencia privada y se robaban los impresos revolucionarios, pero estos últimos siempre se filtraban a través de las fronteras, y en la mente de hombres, mujeres y niños continuaba germinando aquella idea de rebelión y venganza, consecuencia lógica de las salvajes represiones”. Y tenían razón.
El día 22 de octubre de 1929 se llevó a cabo la inauguración de la “Exposición de Animales en la Quinta Normal” a la que asistieron el Ministro de Fomento y Bienestar, el presidente de la oligárquica Sociedad Nacional de Agricultura (SNA) y el dictador Carlos Ibáñez del Campo, con sus respectivas esposas. Una vez finalizada la ceremonia, alrededor de las 18:45 hrs., y en circunstancias en que la comitiva se retiraba del lugar, y que la esposa del dictador, Graciela Letelier Velasco, había subido ya al automóvil presidencial irrumpió, revolver en mano, el joven Luis Ramírez Olaechea, intentando dar muerte al tirano, para vengar a los asesinados por su “régimen de terror”.
Luis Ramírez hizo funcionar, infructuosamente, dos veces el gatillo de su destartalada arma y justo cuando se aprestaba a intentarlo por tercera vez, el Edecán de Ibáñez, el mayor Víctor Larenas, se precipitó contra su persona y le cogió la mano en que tenía el revólver, y su cuello, cayendo ambos al suelo. En ese preciso momento el Prefecto de Carabineros, desenvainó su espada, y el Intendente de Santiago y el Director de Carabineros sacaron a relucir sus revólveres, ante lo que el mismo Ibáñez exclamó: “No lo maten”, ya que deseaba identificar y atrapar a sus cómplices. Orden que fue obedecida por los agitados y nerviosos subalternos.
Al ser detenido, Ramírez opuso tenaz resistencia, exclamando a viva voz ante los concurrentes de la exposición, testigos de la escena: “La explotación de que eran víctimas los obreros del norte, me inspiró deseos de venganza”.
¿Pero quién era ese joven que exponiendo su propia vida, intentaba dar muerte al dictador?
Luis Ramírez Olaechea, de 20 años, era un simpatizante de las ideas anarquistas (¿individualistas?) e intentó ajusticiar a Ibáñez con el objetivo de hacer tambalear su régimen autoritario. Según se consignó en la prensa de la época, había trabajado desde joven en las salitreras del norte y en el Mineral El Teniente; y su padre, de oficio zapatero, había militado en el Partido Comunista, pero estaba retirado de toda actividad política desde el año 1924. Según informó la revista miscelánea Sucesos de Valparaíso: “parece que se trata de un muchacho enteramente perturbado por la lectura de libros anarquistas, a la que se entregaba con pasión”.
Tras su fallido atentado, Ramírez fue condenado a tres años y un día de prisión como responsable del intento de magnicidio. Varios otros individuos fueron detenidos como supuestos cómplices, no obstante, días más tarde fueron liberados ya que no se les pudo comprobar cargos concretos.
Pero la arremetida dictatorial no se hizo esperar. Días más tarde, el 27 de octubre de 1929, el portugués Manuel Tristán López Da Silva, anarquista acusado de tener también la “intención” de matar a Ibáñez -y tras estar detenido 15 días en la Sección de Investigaciones- fue llevado en automóvil simulando una deportación a la Argentina. No obstante, en la Cuesta de Chacabuco, a 66 kilómetros de la capital y 4 antes de llegar a la frontera, fue asesinado alevosamente por funcionarios de la Policía de Investigaciones. Según la versión oficial, cuestionada por la oposición ibañista, López Da Silva fue abatido a balazos cuando intentó escapar (¿en medio de la nada?). Artimañas utilizadas décadas más tarde por la genocida dictadura de Pinochet (1973-1989).
Escrito por Edo. Godoy S (aporte).
Publicado en El Amanecer, nº24 y n°25 , Septiembre y Octubre 2013.
La historia se repite, por eso hay que tomar las armas y radicalizarse ahun mas… ya hemos sido testigos de lo que es capas el estado terrorista.