“Fue el que manchó de sangre la tierra generosa,
El que ordenó las muertes y las flagelaciones,
El que despreció el llanto de madres y esposas
Y arrojó las conciencias libres a las prisiones”.
(Extracto del poema “Ibáñez”, 1938).
En febrero de 1927, el general Carlos Ibáñez del Campo, quién decía representar los “ideales” de la oficialidad descontenta del Ejército, llegó al poder, gobernando con el apoyo de civiles y militares hasta el 26 de julio de 1931. Su régimen autoritario tuvo a decir de Tomás Moulián una: “naturaleza cesarista en el sentido de Marx. Se trataba de un caudillo que se impuso como “salvador” a los demás grupos y clases, a través de maniobras de fuerza (…). En cuanto jefe de una facción militar se autocolocó por encima de los grupos, aprovechando sus mutuas debilidades”.