Historia de la Locura de Michel Foucault es un libro que, situando el objetivo de sus reflexiones en la experiencia que de la locura se tuvo desde el renacimiento hasta la modernidad, va más allá y nos ofrece unos análisis absolutamente vigentes a todos aquellos de nosotros involucrados en lo que el mismo Foucault llamó disciplinas «psi» para pensar nuestro presente, para entender cómo ha tenido lugar el surgimiento de la experiencia actual de lo que se llama locura. Se trata, desde mi punto de vista, de un análisis muy oportuno en un momento en que la arrogancia de la psicología y la psiquiatría está alcanzando unas cotas jamás vistas, cuando narran la historia de su constitución jalonándola de triunfalismos y autocomplacientes nociones de progreso científico.
Foucault desmitifica las historias según las cuales la psicología y la psiquiatría se muestran como la culminación de un proceso de humanización de las antiguas formas de entender y tratar a la locura. Se trata, para Foucault, de dar una respuesta a ese discurso, el de la psicopatología, que identifica el objeto de su conocimiento, la enfermedad mental, con una entidad natural y atemporal. Esta perspectiva entiende que la enfermedad mental individual estudiada ahora por la psicología y la psiquiatría siempre habría existido, pero los prejuicios religiosos y las concepciones mágicas y precientíficas del mundo habrían impedido su apertura a la observación pura, desinteresada y objetiva de la ciencia contemporánea.
En cambio, Foucault busca las causas de la locura en el ámbito material y contingente de una experiencia históricamente constituida, conformada por prácticas institucionales, procesos socio-económicos y formas de discurso, de cuya confluencia surge la figura cultural de la enfermedad mental. De esta forma, Foucault nos ofrece una génesis de las prácticas sociales y discursos que han constituido las condiciones de posibilidad de las diferentes formas de subjetividad desde las que se ha entendido la locura. Al mismo tiempo, estas prácticas sociales y discursos determinan en qué condiciones algo puede llegar a ser objeto de conocimiento, explican cómo se ha llegado a considerar algo que es necesario conocer, a qué recorte ha sido sometido y qué parte de él ha sido considerada y cuál ha sido rechazada. Así pues, para Foucault, la historia de la locura en su constitución como objeto de conocimiento desmiente que se trate de una entidad natural y nos plantea que es construida socialmente. El valor de la indagación histórica de Foucault está en la apuesta por la desnaturalización de la locura. El antiesencialismo parece ser el suelo sobre el que se erige el pensamiento de Foucault en Historia de la Locura, lo que constituye una sólida crítica a una psicología que aún en la actualidad está completando el proceso de reificación de la enfermedad mental -cuyos antecedentes nos muestra Foucault- ya no sólo psicologizando la locura, como el mismo Foucault denuncia también en Enfermedad mental y personalidad, sino biologizándola.
El de Foucault no es uno más de esos discursos expertos que desde la época clásica han silenciado a la locura en el preciso instante en que la han constituido en objeto de conocimiento y por tanto se han otorgado el derecho de hablar por ella; discursos que constituyen un monólogo de la razón sobre la sinrazón que acabó con el diálogo que la razón mantenía con la sinrazón en el renacimiento, cuando existía una conciencia crítica de la locura. Si bien es cierto que en el renacimiento existía la nave de los locos, práctica según la cual se expulsaba a los locos en barcos que recorrían los ríos de Europa, la conciencia crítica era una forma de subjetividad que experimentaba a la locura como aquello que denunciaba las insensateces de las costumbres que la gente consideraba racionales y correctas. A esta forma de conciencia le siguió la conciencia práctica, que recluye a la locura en un lugar de encierro, en nombre del orden social y laboral.
La discontinuidad existente entre estas formas de experienciar la sinrazón, es lo que da pie a Foucault para desenmascarar el mito del progreso inexorable de la razón, subyacente a la ciencia actual en general y pilar fundamental de la psicología en particular. La discontinuidad entre la conciencia crítica y la práctica muestra el carácter de construcción social de la locura. Las formas de experienciar a ésta se forman a partir de coyunturas socioeconómicas que no son ajenas al quehacer científico y en el seno de unas prácticas discursivas. Estas prácticas discursivas delimitan para un tiempo y un lugar determinados lo que puede decirse y lo que no sobre la locura, qué es lo falso y lo verdadero en relación a la locura, es decir, delimitan cuál es el saber legítimo sobre ella y le imponen una única verdad.
Así, en el XVII, con estos discursos que generan una verdad sobre la locura, empieza un proceso de cosificación que tendrá lugar a lo largo de toda la época clásica (s. XVII, XVIII) que convertirá a la locura en una experiencia sin sentido y culminará en el reduccionismo al que será sometida por el pensamiento racional al analizarla como enferme-dad mental. Con la llegada de la conciencia práctica el sentido de la sinrazón vendrá dado únicamente por la razón. La sinrazón sólo es tal en la medida en que cabe en la razón, es decir, en la medida en que puede ser pensada, explicada y conceptualizada por la razón. Es el principio de su silencio, de su exclusión, que se concreta en lo que Foucault llama el Gran Encierro, es decir, el momento en que el lugar vacío que queda en las leproserías de Europa, al haberse extinguido esta epidemia, es utilizado para el encierro de la locura, debido a la importancia del nuevo estatuto social del trabajo y la consecuente necesidad de imponer un orden laboral. Hay, además, otro factor desencadenante.
Este correlato institucional de la conciencia práctica es también la materialización de un nuevo discurso sobre la razón inaugurado por Descartes. Aquí es donde, desde mi punto de vista, radica lo revelador del análisis de Foucault respecto a lo que Sartre calificó como el horizonte filosófico del siglo XX: el marxismo. Foucault desvela los mecanismos por los cuales las diferentes formas de conciencia o formas de entender la sinrazón tienen sus condiciones de posibilidad en las determinaciones socioeconómicas, que es el modo como el marxismo concibió las relaciones entre estructura económica y superestructura ideológica. Pero Foucault plantea a su vez que las relaciones entre estructura y superestructura no deben ser entendidas como una determinación lineal o dependencia de la segunda respecto de la primera, sino como una determinación mutua: lo que podríamos llamar la materialidad del discurso. De esta forma, enfatiza la capacidad del universo discursivo y simbólico para influir sobre las conciencias a través de los procesos de subjetivación que antes hemos mencionado. Mediante estos procesos los discursos acaban influyendo en la realidad institucional. Y Descartes es el más claro ejemplo de ello. Con él nace la razón moderna, ejemplificada por la evidencia del Cogito (pienso, luego existo) en las Meditaciones Metafísicas, y para que ello sea posible ha tenido que excluir a la sinrazón y reducirla al mutismo. Se acabaron los poderes apocalípticos y los riesgos de la razón que la sinrazón anunciaba en su presencia trágica y crítica del XVI.
Foucault nos presenta a la razón y la sinrazón como la historia de una antinomia, una contradicción entre dos principios «racionales», es decir, entre dos principios cada uno de los cuales contenía su propia verdad en el renacimiento, algo que ya no ocurre en la actualidad. Por eso sus análisis nos llevan hasta el límite de lo que nos es dado pensar en nuestro tiempo. De ahí la importancia, como veremos a continuación, de que su análisis revele que un día el loco compartió su exclusión con la puta, el ladrón, el libertino y el mendigo.
Es obvio que Historia de la locura es un fuerte y desmitificador revulsivo contra la psicología y psiquiatría hegemónicas, pero su crítica transciende esta esfera, y quedarnos en ella sería caer en la misma simplificación que la modernidad instauró cuando asimiló la dicotomía razón/sinrazón a la de normal/patológico. Historia de la locura no es sólo una crítica a las ciencias «psi» sino también y sobretodo a aquello de lo cual estas son privilegiadas garantes: la racionalidad occidental. Discurrir sobre la locura a partir del saber exige pensar la antinomia en términos de dicotomía, y no como si razón y sinrazón fueran dos caras de la misma moneda, dos principios reversibles que se implican mutuamente de modo que toda locura tenga su razón y toda razón su locura. El hecho de que nos veamos forzados a pensar en términos de principios excluyentes, es el resultado de todo el proceso de objetivación que la sinrazón sufre a lo largo de la época clásica.»
Fragmento, Víctor Jorquera.
–Leer online (Historia de la locura en la época clásica I)