El show de Truman parece narrar una historia sencilla y directa, pero a medida que profundizamos en el film, como en un juego de muñecas rusas, aparecen nuevos estratos significativos cada vez más interesantes.
Truman Burbank (Jim Carrey) es un treintañero normal y corriente que vive en una apacible ciudad costera. Es educado y correcto con sus vecinos, está casado con una hermosa mujer y tiene un amigo íntimo con quien compartir sus pensamientos e inquietudes entre latas de cerveza. Y aunque su vida parece un apacible remanso de satisfacción, dos trágicos acontecimientos han marcado la vida de Truman: la muerte de su padre, ahogado en el mar, y un breve romance con Sylvia, una chica que apartaron de su lado y de la que sigue enamorado pese a su matrimonio con Meryl. Además, Truman presencia ciertos acontecimientos, como la caída de un inmenso foco desde el cielo, una emisora de radio que describe sus movimientos, unos transeúntes que deambulan en círculo alrededor de su casa como si estuvieran haciendo de extras en una película o el hecho de que su esposa hable como si estuviera anunciando un producto en un spot publicitario, que le hacen entrar en cierto estado de paranoia. Todas estas piezas que no encajan en el puzzle le llevan a sospechar que su vida es una gran mentira, y todos los que le rodean no son más que actores que desempeñan un papel. Pero esta sensación, que todo el mundo puede experimentar alguna vez a lo largo de su vida, en el caso de Truman, adquieren un significado literal. Truman es el protagonista de un programa de televisión, un reality conocido como EL show de Truman.
La lógica violenta de los reality shows.
En el film se nos dice que Truman fue el primer niño adoptado por una corporación, y que la ciudad en la que vive es un inmenso plató, la segunda construcción humana visible desde el espacio exterior. Cristoph es el director del exitoso programa, el genio maligno cartesiano que ha construido todo este complejo aparato de simulación con el fin de engañar sistemáticamente a Truman sobre las experiencias.
El show de Truman es, explícitamente, una crítica mordaz en forma de comedia dramática sobre los reality shows. Lo cierto es que tras ver el triunfo a escala global del famoso programa llamado ‘Gran hermano’ (que tan cínicamente se mofa de Orwell por su título y su contenido) y la infinidad de secuelas similares que le han salido, no debería extrañarnos si en el futuro asistimos a crueles experimentos televisivos como el que se lleva a cabo en este film. En EL show de Truman, la vida privada es cosificada, instrumentalizada y vendida desde la primera ecografía… Es el triunfo absoluto de la mercancía sobre la naturaleza (humana, se entiende), algo que de por sí, y aunque suavizado por el tono cómico del film, adquiere matices propios de una distopía.
La lógica de los realitys como Gran Hermano se basa en la idea de explotar la realidad en virtud del entertainment. Sin embargo, lo que realmente sucede en un reality es que la realidad es forzada a comportarse de una forma determinada, adecuada a las exigencias del público que lo consume. En Gran Hermano esto se consigue seleccionando el perfil psicológico de los participantes y estableciendo las condiciones en las que deben relacionarse entre sí. Se trata, al fin y al cabo, de ficcionalizar la realidad por medio de la fuerza. En El show de Truman, esa ficcionalización alcanza el absurdo extremo cuando dispone una ciudad entera de actores para arrancarle a la realidad, que se concentra en el personaje de Truman, el efecto deseado. Es, ciertamente, una manipulación violenta de la naturaleza, aunque la fuerza se manifiesta de forma sutil, con argucias y engaños, condicionando psicológicamente al protagonista para que, por ejemplo, se emocione ante el monólogo sentimentaloide de su mejor amigo o sienta miedo a los viajes y se quede, para siempre, recluido en la ciudad.
Pero la crítica al despiadado mundo de la televisión, al público educado en el gusto por fisgonear las vidas ajenas y a la victoria final de la racionalidad instrumental sobre la vida es solo la primera capa de significados.
El doble simbolismo de un parricidio
Truman se las ingenia para escapar sin que nadie lo perciba y se embarca a través de un mar ‘de mentirijilla’ que sin embargo, ha sido dotado de mecanismos para crear tormentas artificiales. Cristoph agita las aguas para impedir la huida de Truman, pero este logra capear el temporal. Finalmente llega a un muro pintado de azul celeste donde descubre una escalinata que asciende hasta una puerta de salida. Cuando está a punto de atravesarla, Cristoph le interpela por megafonía. La voz parece venir del cielo, y filtrándose entre las nubes, dice ‘Truman, puedes hablar. Te escucho’. Truman pregunta, ‘¿Quién eres?’, a lo que Cristoph responde, ‘Soy el Creador… del programa de televisión que llena de esperanza y felicidad a millones de personas’. Truman responde, ‘¿Y quién soy yo?’.
- En este estrato simbólico, el elemento metafórico de la escena se escinde en dos poderosas imágenes filosóficas:
- a) En primer lugar, Cristoph es el padre de Truman. Su otro padre era un impostor que había muerto ahogado, pero Christoph resucita para tranquilizar a un Truman inquieto. Pero el verdadero padre adoptivo de Truman es Christoph, y lo dice claramente: ‘Te conozco mejor que tú mismo (…) llevo observándote toda tu vida. Te observé al nacer. Te observé cuando diste tu primer paso. Observé tu primer día de colegio… Y el capítulo en el que se te cayó tu primer diente. No puedes irte, Truman. Tu sitio está aquí, conmigo’. Christoph es el padre al que hay que matar freudianamente, la figura de autoridad cuya influencia es preciso derribar para poder desarrollar la propia individualidad.
- b) En segundo lugar, Cristoph es el ‘Creador’, es Dios, y cuando Truman decide darle la espalda, renunciando al destino que le reservaba la providencia, buscando su propia autonomía y su propia libertad, parece consumar la máxima nietzscheana del ‘Dios ha muerto’.
Evidentemente, tanto en Freud como en Nietzsche, la muerte del padre y del padre-Dios respectivamente es una muerte simbólica.
Así, el Dios patriarcal ha muerto porque ya no ejerce su antigua influencia sobre el sujeto contemporáneo, de igual modo que la voz de Cristoph no puede detener a Truman. Su autoridad se ha disipado, y ya no tiene nada con qué negociar.
Truman y el esclavo fugado de la caverna.
Otro estrato metafórico es el que hace, en un sentido general, referencia al mito de la caverna [Nota 1] de Platón. Truman abandona el mundo de las falsas apariencias para ascender (por una escalera) hacia la salida de la caverna, donde se accede al mundo verdadero. Además, el hecho de que se trate de un programa televisivo, el mundo de la imagen, de la simulación (incluso en el caso de los realitys), refuerza el vínculo metafórico con la alegoría de la caverna, donde los esclavos asistían a la ‘proyección’ de sombras de objetos, fantasmas devaluados de las cosas reales, que ellos tomaban por objetos verdaderos.
El amor por Sylvia, el deseo de rencontrarse con ella, es un elemento muy importante. Sylvia es la Penélope de este Ulises. Truman la buscará cuando salga al exterior, y de hecho, ella le estará esperando. Después de todo, algunos especialistas en el pensamiento de Platón afirman [Nota 2] que lo que realmente libera al esclavo de la caverna es el eros.
Notas:
Nota 1: Para más información sobre el mito de la caverna de platón, <http://suite101.net/article/el-mito-de-la-caverna-de-platon-a85056#axzz2H50qUHiD>.
Nota 2: La alegoría de la caverna aparece en el Libro VII de la República de Platón. Allí no se especifica qué es lo que libera al esclavo de la caverna. Por eso, algunos intérpretes de la obra de Platón, poniendo en relación la República con el diálogo del Banquete, dos diálogos muy cercanos en el tiempo, sostienen que el libertador del esclavo es el impulso del eros. En el concepto de eros griego confluyen el amor y el deseo sexual, aunque lo cierto es que en Platón todo esto guarda relación con el impulso hacia la belleza y la verdad.
Escrito por José Luis Boj Ferrández.
Extraído desde: Homines
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