El mundo cambia de base
El shock del coronavirus no ha hecho más que ejecutar el juicio que pronuncia contra sí misma una economía totalitaria basada en la explotación del hombre y de la naturaleza.
El viejo mundo desfallece y se derrumba. El nuevo, consternado por la acumulación de ruinas, no se atreve a retirarlas; más asustado que resuelto, lucha por recuperar la audacia del niño que está aprendiendo a caminar. Como si haber llorado mucho tiempo por el desastre hubiera dejado al pueblo atónito.
Sin embargo, quienes han escapado de los tentáculos mortales de la mercancía están de pie entre los escombros. Están despertando a la realidad de una existencia que ya no será la misma. Desean liberarse de la pesadilla que les ha asestado la desnaturalización de la tierra y de sus habitantes.
¿No es esta la prueba de que la vida es indestructible? ¿No se rompen sobre esta evidencia, en la misma resaca, las mentiras de arriba y las denuncias de abajo?
La lucha por lo vivo desdeña las justificaciones. Reivindicar la soberanía de la vida es capaz de aniquilar el imperio de la mercancía, cuyas instituciones son mundialmente sacudidas.
Hasta el día de hoy no hemos luchado más que para sobrevivir. Fuimos confinados a una jungla social donde reinaba la ley del más fuerte y del más astuto. ¿Vamos a romper el encarcelamiento al que nos obliga la epidemia del coronavirus para volver a la danza macabra de la presa y el depredador? ¿No es evidente para todos y todas que la insurrección de la vida cotidiana, que en Francia fue presagiada por los chalecos amarillos, no es otra cosa que la superación de esta supervivencia que una sociedad de depredación no ha dejado de imponernos cotidiana y militarmente?
Lo que ya no queremos es el fermento de lo que queremos
La vida es un fenómeno natural en ebullición experimental permanente. No es ni buena ni mala. Su maná nos regala la morilla así como la amanita faloide. Está en nosotros y en el universo como una fuerza ciega. Pero ha dotado a la especie humana de la capacidad de distinguir la morilla de la amanita, ¡y un poco más! Nos ha armado de una conciencia, nos ha dado la capacidad de crearnos a nosotros mismos recreando el mundo.
Para que olvidáramos esta extraordinaria facultad fue necesario que pesara la carga de una historia que comienza con las primeras Ciudades-Estado y termina —tanto más rápido en cuanto le pusimos las manos encima— con el desmoronamiento de la mundialización del mercado.
La vida no es una especulación. No tiene nada que ver con las marcas de respeto, de veneración, de culto. No tiene otro sentido más que la conciencia humana con la que ha dotado a nuestra especie para iluminarla.
La vida y su significado humano son la poesía hecha por uno y para todos y todas. Esta poesía siempre ha brillado en los grandes levantamientos de la libertad. Ya no queremos que sea, como en el pasado, un relámpago efímero. Queremos poner en marcha una insurrección permanente, como el fuego apasionado de la vida, que se calma pero nunca se apaga.
Es desde el mundo entero que se improvisan los trazos de una canción. Es allí donde nuestra voluntad de vivir se forja rompiendo las cadenas del poder y de la depredación. Cadenas que nosotros, mujeres y hombres, hemos forjado para nuestra desgracia.
Estamos en el corazón de una mutación social, económica, política y existencial. Este es el momento de “Hic Rhodus, hic salta, aquí está Rodas, salta aquí”. Esta no es una orden de reconquistar el mundo del que hemos sido expulsados. Es el soplo de una vida que el irresistible impulso de los pueblos restaurará a sus derechos absolutos.
La alianza con la naturaleza exige el fin de su explotación lucrativa
No hemos tomado suficiente consciencia de la relación concomitante entre la violencia ejercida por la economía en contra de la naturaleza que saquea y la violencia con la que el patriarcado ha golpeado a las mujeres desde sus comienzos, tres o cuatro mil años antes de la llamada era cristiana.
Con el capitalismo de dólar verde, el brutal saqueo de los recursos terrestres tiende a dar paso a las grandes maniobras de soborno. En nombre de la protección de la naturaleza ahora se le pone un precio. Así sucede en los simulacros del amor cuando el violador se viste de seductor para poder atrapar mejor a su presa. Hace mucho tiempo que la depredación recurre a la práctica del guante de terciopelo.
Estamos en un momento donde una nueva alianza con la naturaleza reviste una importancia prioritaria. Por supuesto, no se trata de encontrar —¿cómo podríamos hacerlo?— la simbiosis con el entorno natural en el que evolucionaron las civilizaciones recolectoras antes de que fueran suplantadas por una civilización basada en el comercio, la agricultura intensiva, la sociedad patriarcal y el poder jerarquizado.
Pero, se entenderá, ahora se trata de restaurar un entorno natural donde la vida sea posible, el aire respirable, el agua potable, la agricultura librada de sus venenos, las libertades de comercio revocadas por la libertad de lo vivo, el patriarcado desmembrado, las jerarquías abolidas.
Los efectos de la deshumanización y los ataques dirigidos sistemáticamente contra el ambiente no tuvieron necesidad del coronavirus para demostrar la toxicidad de la opresión del mercado. Por otro lado, la gestión catastrófica del cataclismo ha expuesto la incapacidad del Estado para mostrar la más mínima eficacia fuera de la única función que puede ejercer: la represión, la militarización de los individuos y de las sociedades.
La lucha contra la desnaturalización no tiene nada que ver con las promesas y las loables intenciones retóricas, sean o no sobornadas por el mercado de las energías renovables. Se basa en un proyecto práctico que se apoya en la inventiva de los individuos y de las colectividades. La permacultura que renaturaliza las tierras envenenadas por el mercado de los pesticidas es solo un testimonio de la creatividad de un pueblo que tiene todo para ganar destruyendo lo que ha evitado su pérdida. Es tiempo de prohibir esas granjas de concentración, donde el maltrato de los animales fue específicamente la causa de la fiebre porcina, de la gripe aviar y de las vacas enloquecidas por la locura del dinero fetichizado que la razón económica tratará una vez más de hacernos tragar, si no digerir.
¿Tienen un destino tan diferente al nuestro estas bestias de carga que salen del confinamiento para entrar en el matadero? ¿No estamos en una sociedad que distribuye dividendos al parasitismo corporativo y deja morir a hombres, mujeres y niños por falta de medios terapéuticos? Una imparable lógica económica alivia así las cargas presupuestarias atribuibles al número creciente de ancianos y ancianas. Aboga por una solución final que impunemente los condene a morir en casas de retiro que carecen de recursos y de auxiliares de enfermería. En Nancy, Francia, un alto funcionario de la salud declaró que la epidemia no es una razón válida para no reducir más las camas y el personal hospitalario. Nadie lo echó con una gran patada en el culo. Los asesinos económicos son menos conmovedores que un enfermo mental que corre por las calles blandiendo el cuchillo de la iluminación religiosa.
No estoy apelando a la justicia del pueblo, no estoy abogando por degollar a los villanos del volumen de negocios. Solo pido que la generosidad humana vuelva imposible el retorno de la razón de mercado.
Todas las formas de gobierno que hemos conocido han quedado en bancarrota, desmoronadas por su cruel absurdidad. Depende del pueblo implementar un proyecto de sociedad que devuelva a los humanos, animales, plantas y minerales una unidad fundamental.
La mentira que califica como utopía tal proyecto no ha resistido el shock de la realidad. La historia ha golpeado a la civilización de mercado con la obsolescencia y la locura. La construcción de una civilización humana no solamente se ha vuelto posible, sino que ha allanado el único camino que, apasionada y desesperadamente soñado por innumerables generaciones, se abre al final de nuestras pesadillas.
Porque la desesperación ha cambiado de bando, pertenece al pasado. Todavía nos queda la pasión de un presente que construir. Nos tomaremos el tiempo para abolir el time is money que es el tiempo de la muerte programada.
La renaturalización es un caldo de cultivos nuevos en el que tendremos que buscar a tientas entre la confusión y las innovaciones en los dominios más diversos. ¿No hemos dado ya demasiado crédito a una medicina mecanicista que suele tratar a los cuerpos como un mecánico trata el automóvil confiado para su mantenimiento? ¿Cómo no desconfiar de un experto que te repara para enviarte de vuelta al trabajo?
El dogma de lo antinatural, martillado durante tanto tiempo por los imperativos productivistas, ¿no ha contribuido a exasperar nuestras reacciones emocionales, a propagar el pánico y la histeria de seguridad, exacerbando así el conflicto con un virus que la inmunidad de nuestro organismo habría tenido alguna posibilidad de apaciguar o volver menos agresivo, si no hubiera sido socavada por un totalitarismo de mercado al que nada inhumano es ajeno?
Hemos sido molestados hasta la saciedad con el progreso de la tecnología. ¿Para lograr qué? Los transbordadores celestiales a Marte y la ausencia terrestre de camas y de respiradores en los hospitales.
Seguramente habrá más para maravillarse en los descubrimientos de una vida de la que ignoramos todo, o casi todo. ¿Quién lo dudaría? Exceptuando a los oligarcas y sus lacayos, a quienes la diarrea mercantil los vació de su sustancia y a quienes vamos a confinar en sus letrinas.
Terminar con la militarización de los cuerpos, las costumbres, las mentalidades
La represión es la última razón de ser del Estado. Él mismo sufre la presión de las multinacionales que imponen sus dictados a la tierra y a la vida. La previsible adjudicación de la responsabilidad de los gobiernos responde a la cuestión: el confinamiento habría sido pertinente si las infraestructuras médicas hubieran permanecido eficientes, en lugar de sufrir la ruina que conocemos y que fue decretada por el deber de la rentabilidad.
Mientras tanto —hay que decirlo— la militarización y la ferocidad de la seguridad solo han tomado el relevo de la represión en curso en todo el mundo. El Orden democrático no podría haber deseado un mejor pretexto para protegerse de la ira del pueblo. Encarcelamiento en casa, ¿no era el objetivo de los dirigentes, preocupados por el cansancio que amenazaba a sus secciones de asalto de aporreadores, de sacadores de ojos, de asesinos a sueldo? Qué bonito ensayo general para esta táctica de encapsulamiento utilizada contra los manifestantes pacíficos que exigían, entre otras cosas, la rehabilitación de los hospitales.
Al menos hemos sido advertidos: los gobiernos harán todo lo posible para hacernos transitar del confinamiento al nicho. ¿Pero quién aceptará pasar dócilmente de la austeridad carcelaria a la comodidad del servilismo remendado?
Es probable que la rabia del encerrado haya aprovechado la oportunidad para denunciar el sistema tiránico y aberrante que trata al coronavirus de la misma manera que este terrorismo multicolor con el que el mercado del miedo hace sus grasosos pastelitos.
La reflexión no se detiene ahí. Piensa en esos escolares que, en la tierra de los derechos humanos, han sido obligados a arrodillarse ante la bofia del Estado. Piensa en la misma educación, donde el autoritarismo profesoral ha obstaculizado durante siglos la curiosidad espontánea del niño y ha impedido que la generosidad del conocimiento se difunda libremente. Piensa hasta qué punto el encarnizamiento concurrencial, la competencia, el arribismo del “quítate de en medio, voy a entrar” nos han confinado a un cuartel.
La servidumbre voluntaria es una soldadesca que marcha al paso. ¿Un paso a la izquierda, un paso a la derecha? ¿Qué importa? Ambos permanecen en el Orden de las cosas.
Cualquiera que acepte que se le ladre por encima, o por abajo, desde ahora solo tiene un futuro como esclavo.
Salida del mundo mórbido y cierre de la civilización de mercado
La vida es un mundo que se abre y está abierta al mundo. Ciertamente, a menudo ha sufrido este terrible fenómeno de inversión donde el amor se convierte en odio, donde la pasión de vivir se transforma en un instinto de muerte. Durante siglos ha sido reducida a la esclavitud, colonizada por la cruda necesidad de trabajar y de sobrevivir como una bestia.
Sin embargo, no se conoce ningún ejemplo de encierro en celdas de aislamiento de millones de parejas, familias y solitarios convencidos por la incapacidad de los servicios sanitarios de aceptar su suerte cuando no dócilmente al menos con una rabia contenida.
Cada uno se encuentra solo, enfrentado a una existencia donde está tentado de separar la parte de trabajo servil y la parte de los deseos locos. ¿Es el aburrimiento de los placeres consumibles compatible con la exaltación de los sueños que la infancia ha dejado cruelmente incumplidos?
La dictadura del lucro ha resuelto quitarnos todo en el mismo momento en que su impotencia se extiende mundialmente y la expone a una posible aniquilación.
La absurda inhumanidad que nos ha estado ulcerando durante tanto tiempo ha estallado como un absceso en el confinamiento que ha ordenado la política de asesinato lucrativo, que las mafias financieras practican cínicamente.
La muerte es la última indignidad que el ser humano se inflige. No bajo el efecto de una maldición, sino por la desnaturalización que le fue asignada.
No es ni a través del miedo ni a través de la culpabilidad que romperemos las cadenas que hemos forjado en el miedo y la culpabilidad. Es a través de la vida redescubierta y restaurada. ¿No es esto lo que el poder invencible de la ayuda mutua y la solidaridad demuestra en estos tiempos de extrema opresión?
Una educación machacada durante miles de años nos ha enseñado a reprimir nuestras emociones, a quebrar nuestros impulsos de vida. Queríamos que la bestia que habita en nosotros fuera un ángel a cualquier precio.
Nuestras escuelas son guaridas de hipócritas, de reprimidos, de torturadores raciocinantes. Los últimos entusiastas del conocimiento caminan con dificultad con el coraje de la desesperación. ¿Aprenderemos, finalmente, al salir de nuestras células carcelarias, a liberar la ciencia del grillete de su utilidad lucrativa? ¿Vamos a ocuparnos de refinar nuestras emociones, no de reprimirlas? ¿Vamos a rehabilitar nuestra animalidad, no para domarla, como domamos a nuestros hermanos supuestamente inferiores?
No incito aquí a la sempiterna buena voluntad ética y psicológica, señalo con el dedo al mercado del miedo donde el guardia de seguridad hace sonar sus botas. Llamo la atención sobre esta manipulación de las emociones que aturde y cretiniza a las multitudes, advierto contra la culpabilización que merodea en busca de chivos expiatorios.
¡Justicia para los viejos, los desempleados, los indocumentados, los sin techo, los extranjeros, los chalecos amarillos, los excluidos! Este es el mugido de esos accionistas de la nada que salen a comprar el coronavirus para propagar la plaga emocional. Los mercenarios de la muerte no hacen más que obedecer los dictados de la lógica dominante.
Lo que debe erradicarse es el sistema de deshumanización establecido y aplicado con fiereza por aquellos que lo defienden por el bien del poder y del dinero. Desde hace tiempo que el capitalismo ha sido juzgado y condenado. Estamos abrumados por la plétora de alegatos en su contra. Es suficiente.
La imaginería capitalista identificó su agonía con la agonía del mundo entero. El fantasma del coronavirus fue, si no el resultado premeditado, al menos la ilustración exacta de su absurdo maleficio. El caso está resuelto. La explotación del hombre por el hombre, de la cual el capitalismo es un avatar, es un experimento que ha salido mal. Asegurémonos de que su siniestro chiste de brujo aprendiz sea devorado por un pasado del que nunca debió surgir.
Solo la exuberancia de la vida redescubierta puede romper al mismo tiempo los grilletes de la barbarie del mercado y la coraza caracterial que imprime en la carne viva de todos la marca de lo económicamente correcto.
La democracia autogestionaria anula la democracia parlamentaria
Ya no se trata de tolerar que los responsables, encaramados en todos los niveles de sus comisiones nacionales, europeas, atlánticas y mundiales, pasen a desempeñar el papel de culpables y de no-culpables. La burbuja de la economía, que han inflado con deudas virtuales y dinero ficticio, implosionó y estalló ante nuestros ojos. La economía está paralizada.
Incluso antes de que el coronavirus revelara la magnitud del desastre, las “altas autoridades” se apoderaron de la máquina y la paralizaron más certeramente que las huelgas y los movimientos sociales que, por muy útilmente contestatarios que hayan sido, no fueron muy eficaces.
Basta de estas farsas electorales y diatribas de pacotilla. Que estos representantes electos, embrutecidos por las finanzas, sean barridos como basura y desaparezcan de nuestro horizonte como ha desaparecido en ellos el rastro de vida que les presta un rostro humano.
No queremos juzgar y condenar el sistema opresivo que nos ha condenado a muerte. Queremos destruirlo.
¿Cómo no aterrizar en este mundo que se derrumba, en nosotros y frente a nosotros, sin construir una sociedad con lo humano que permanece al alcance de nuestras manos, con la solidaridad individual y colectiva? La conciencia de una economía gestionada por el pueblo y para el pueblo implica la liquidación de los mecanismos de la economía de mercado.
En su última acción inesperada, el Estado no se contentó con tomar a los ciudadanos como rehenes y encarcelarlos. Su no-asistencia a la gente en peligro los mata por miles.
El Estado y sus patrocinadores han arruinando los servicios públicos. Ya nada funciona. Lo sabemos con toda certeza: la única cosa que logran hacer funcionar es la organización criminal del lucro.
Han llevado sus negocios sin tener en cuenta al pueblo, el resultado es deplorable. Del pueblo depende hacer los suyos arruinando los de ellos. Depende de nosotros empezar todo de nuevo de nuevas maneras.
Cuanto más prevalece el valor de cambio sobre el valor de uso, más se impone el reino de la mercancía. Cuanto más le demos prioridad al uso que queremos hacer de nuestra vida y de nuestro ambiente, más perderá la mercancía su corrosividad. La gratuidad le dará la estocada.
La autogestión marca el fin del Estado del que la pandemia ha mostrado tanto su bancarrota como su nocividad. Los protagonistas de la democracia parlamentaria son los enterradores de una sociedad deshumanizada a causa de la rentabilidad.
Por otro lado, confrontado con la incompetencia de los gobiernos, hemos visto al pueblo mostrar una solidaridad inquebrantable e implementar una verdadera autodefensa sanitaria. ¿No es esta una experiencia que permite augurar una extensión de las prácticas autogestionarias?
Nada es más importante que prepararnos para hacernos cargo de los sectores públicos, antaño asumidos por el Estado, antes de que la dictadura del lucro los envíe a la chatarrera.
El Estado y la rapacidad de sus patrocinadores han detenido todo, todo paralizado salvo el enriquecimiento de los ricos. Ironías de la historia, la pauperización es ahora la base para una reconstrucción general de la sociedad. Quien ha enfrentado la muerte, ¿cómo podría tener miedo del Estado y su bofia?
Nuestra riqueza es nuestra voluntad de vivir
Negarse a pagar contribuciones e impuestos ha dejado de pertenecer al repertorio de las incitaciones subversivas. ¿Cómo podrían pagarlos las millones de personas que carecerán de medios de subsistencia mientras que el dinero, cuantificado en miles de millones, continúa siendo engullido por el abismo de las malversaciones financieras y de la deuda que ellas profundizan? No olvidemos que de la prioridad dada al lucro nacen las pandemias y la incapacidad para tratarlas. ¿Nos vamos a quedar con la condición de las vacas locas sin aprender algo de ella? ¿ Vamos a admitir finalmente que el mercado y sus administradores son el virus que hay que erradicar?
El tiempo ya no está para indignación, lamentaciones, declaraciones de desconcierto intelectual. Insisto en la importancia de las decisiones que tomarán las asambleas locales y federadas “por el pueblo y para el pueblo” en materia de alimentación, vivienda, transporte, salud, educación, cooperativa monetaria, mejora del ambiente humano, animal y vegetal.
Sigamos adelante, incluso a tientas. Es mejor errar experimentando que retroceder y repetir los errores del pasado. La autogestión está en germen en la insurrección de la vida cotidiana. Recordemos que lo que destruyó e interrumpió la experiencia de las colectividades libertarias de la revolución española fue la farsa comunista.
No le pido a nadie que me apruebe y mucho menos que me siga. Voy por mi camino. Todos y todas son libres de hacer lo mismo. El deseo de vida es ilimitado. Nuestra verdadera patria está en todas partes donde la libertad de vivir está amenazada. Nuestra tierra es una patria sin fronteras.
Raoul Vaneigem
10 de abril de 2020
Estimados, ¿podemos republicar el texto de Vaneigem indicando su origen? Somos Red Editorial, un proyecto de espíritu libertario, editorial, de formación gratuita y revistas digitales, entre otras articulaciones con diversos espacios y movimientos. Un saludo caluroso,Salud y anarquía!
Claro está, salud!
Reblogueó esto en Colectiva Antipsiquiatríay comentado:
«Encarcelamiento en casa, ¿no era el objetivo de los dirigentes, preocupados por el cansancio que amenazaba a sus secciones de asalto de aporreadores, de sacadores de ojos, de asesinos a sueldo? Qué bonito ensayo general para esta táctica de encapsulamiento utilizada contra los manifestantes pacíficos que exigían, entre otras cosas, la rehabilitación de los hospitales.
Al menos hemos sido advertidos: los gobiernos harán todo lo posible para hacernos transitar del confinamiento al nicho. ¿Pero quién aceptará pasar dócilmente de la austeridad carcelaria a la comodidad del servilismo remendado?»