«El miedo hace que aparezcan muchas cosas que uno pretende no ver. Lo primero es que nuestra sociedad ya no cree en nada más que en la nuda vida. Es evidente para mí que los italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones normales de vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones políticas y religiosas ante el peligro de contaminarse. La nuda vida no es algo que una a los hombres, sino que los ciega y los separa. Los demás seres humanos, como en la peste descrita por Manzoni en su novela Los novios, no son más que agentes de contagio, a los que hay que mantener al menos a un metro de distancia y encarcelar si se acercan demasiado. Incluso los muertos —esto es verdaderamente bárbaro— ya no tienen derecho a un funeral y no está claro qué pasa con sus cadáveres.
Nuestro prójimo ya no existe y es verdaderamente espantoso que las dos religiones que parecían regir en Occidente, el cristianismo y el capitalismo, la religión de Cristo y la religión del dinero, permanezcan en silencio. ¿Qué pasa con las relaciones humanas en un país que se acostumbra a vivir en tales condiciones? ¿Y qué es una sociedad que ya no cree en nada más que en la supervivencia?
Es un espectáculo verdaderamente triste ver a toda una sociedad, enfrentada a un peligro por lo demás incierto, liquidar en bloque todos sus valores éticos y políticos. Cuando todo esto termine, sé que ya no podré volver al estado normal.»