El heroísmo de las batallas es un heroísmo secundario, de matar para no morir, de matar y morir porque le ordenan matar y morir.
El desertor es un hombre infinitamente más heroico que el soldado, ex hombre uniformado, que la máquina de la guerra transforma, aniquila, absorbe. Véase la diferenciación esencial y absoluta que separa al operario del soldado. El operario, delante de la máquina de la industria, del maestro, del músculo consciente, del cerebro: la domina, la guía, la subyuga, con el fin creador de la producción, que es la vida.
El soldado, delante del cañón es por éste embrutecido, asimilado, automatizado, deshumanizado, con el fin guerrero de la destrucción, que es la muerte.
El desertor es un hombre que no quiere ser soldado, que no quiere deshumanizarse, que quiere continuar siendo hombre. Y es más heroico de lo que es el soldado, porque no quiere dejar de ser lo que es, defendiendo su personalidad, su cualidad de hombre contra la sociedad entera, que lo condena, desde su preconcepto, y feroz punto de vista legal.
La ley puede fusilarlo: fusilará a un hombre que es afrenta, sólo él, sin actitudes para la gloria de los bronces, con un coraje simple y altísimo, con el supremo y abnegado heroísmo de quien se sabe fatalmente vencido sin esperanza de nada- maldito, execrado, difamado, pero a pesar de todo, contra todo, afirmando íntegramente sólo su yo.
Escrito por Astrojildo Pereira.
A Plebe, (SP), ano I, n.° 4 (30 jun. 1917)
Extraído del libro Contos anarquistas: antologia da prosa libertária no Brasil (1901-1935).
Traducido por A-lex
Publicado en El Surco, nº7, Septiembre 2009