Nota: La insurrección que viene es un ensayo francés escrito por El Comité Invisible, y publicado en el año 2007. Como los mismos autores dicen: “Este
libro
está
firmado
por
un
colectivo
imaginario.
Sus
redactores
no
son
los
autores.
Se
han
contentado
con
poner
un
poco
de
orden
en
los
lugares
comunes
de
la época,
en
lo
que
se
murmura
en
las
mesas
de
los
bares,
tras
las
puertas
cerradas
de
los
dormitorios.
No
hacen
sino
fijar
las
verdades
necesarias,
aquellas
por
las
que
el
rechazo
universal
llena
los
hospitales
psiquiátricos
y
las
miradas
de
pena.
»
Primer círculo
“I AM WHAT I AM”
“I AM WHAT I AM”. Esta es la última oferta del marketing al mundo, el último estadio de la evolución publicitaria, adelante, tan por delante de todas las exhortaciones a ser diferente, a ser uno‐mismo y a beber Pepsi. Decenas de conceptos para llegar ahí, a la pura tautología. YO=YO. Él corre sobre una cinta transportadora ante el espejo de su gimnasio. Ella regresa del curro al volante de su Smart. ¿Van a reunirse?
“JE SUIS CE QUE JE SUIS”. Mi cuerpo me pertenece. Yo soy mío, tú eres tuyo, y esto va mal. Personalización de la masa. Individualización de todas las condiciones –de vida, de trabajo, de desgracia. Esquizofrenia difusa. Depresión rampante. Atomización en finas partículas paranoicas. Histerización del contacto. Cuanto más quiero ser Yo, más tengo el sentimiento de vacío. Cuanto más me exploto más me agoto. Cuanto más corro, más fatigado estoy. Yo tengo, tu tienes, nosotros tenemos nuestro Yo como una fastidiosa taquilla. Nos hemos convertido en representantes de nosotros mismos ‐ este extraño comercio, los garantes de una personalización que tiene todo el aire, al final, de una amputación. Nosotros garantizamos hasta la ruina con una torpeza más o menos disfrazada.
Mientras tanto, yo gestiono. La búsqueda de mi Yo, mi blog, mi apartamento, las últimas tonterías de la moda, las historias de pareja, de culos…¡aquello que fabrica las prótesis necesarias para tener un Yo! Si “la sociedad” no se hubiera convertido en esta abstracción definitiva, designaría el conjunto de los apoyos existenciales que se me tienden para permitirme ir tirando todavía, el conjunto de las dependencias que he contratado al precio de mi identidad. El minusválido es el modelo de la ciudadanía que viene. No deja de ser premonitorio que las asociaciones que le explotan reivindiquen para él, el (papel de) “regresado a la existencia”.
La conminación, por todas partes, a “ser alguien” mantiene el estado patológico que hace necesaria esta sociedad. La conminación a ser fuerte produce la debilidad por la que se mantiene, hasta el punto de que todo parece tomar un aspecto terapéutico, igual trabajar que amar. Todos los “¿qué tal?” que se intercambian a lo largo de un día suenan a otras tantas tomas de temperatura que, en una sociedad de pacientes, se administran unos a otros. La sociabilidad actual está hecha de mil pequeños nichos, de mil pequeños refugios donde se está caliente. Donde siempre se está mejor que en el gran frío de afuera. Donde todo es falso, pues no es más que un pretexto para calentarse. Donde nada puede surgir porque estar ahí es estar sordamente ocupados en tiritar todos juntos. Esta sociedad pronto no se soportará sino por la tendencia de todos sus átomos sociales hacia una ilusoria curación. Es una central que obtiene su potencial de una gigantesca retención de lágrimas siempre a punto de derramarse.
“I AM WHAT I AM”. Nunca la dominación ha encontrado una palabra de orden más insospechada. El mantenimiento del Yo en un estado de semi‐ruina permanente, en un medio‐desfallecimiento crónico es el secreto mejor guardado del actual orden de las cosas. El Yo débil, deprimido, autocrítico, virtual es esencialmente este sujeto indefinidamente adaptable que precisa una producción basada en la innovación, la acelerada obsolescencia de las tecnologías, el constante cambio de las normas sociales, la flexibilidad generalizada. Es a la vez, el consumidor más voraz y, paradójicamente, el Yo más productivo, el que se arrojará con la mayor energía y avidez sobre el menor proyecto, para regresar más tarde a su estado larvario original.
“CE QUE JE SUIS”, ¿entonces? Atravesado desde la infancia por los flujos de leche, de olores, de historias, de sonidos, de afectos, de comptines (canciones infantiles), de sustancias, de gestos, de ideas, de impresiones, de miradas, de cantos y de comida. ¿Esto es lo que soy? Atado completamente a los lugares, los sufrimientos, los ancestros, los amigos, los amores, los acontecimientos, las lenguas, los recuerdos, a toda clase de cosas que, evidentemente, no son yo. Todo lo que me ata al mundo, todos los vínculos que me constituyen, todas las fuerzas que me habitan no tejen una identidad, como la que se me incita a blandir, sino una existencia, singular, común, viviente y en la que emerge en algunas partes, en algunos momentos eso que llamo “yo”. Nuestro sentimiento de inconsistencia no es sino el efecto de esta tonta creencia en la permanencia del Yo, y del escaso cuidado que ponemos en aquello que nos produce.
Da vértigo ver presidir así sobre un rascacielos de Shangai el “I AM WHAT I AM” de Reebok. Occidente anticipa por todas partes, como su caballo de Troya favorito, esta agotadora antinomia entre Yo y el mundo, el individuo y el grupo, entre adhesión y libertad. La libertad no es el gesto de deshacernos de nuestros apegos, sino la capacidad práctica de operar sobre ellos, moverse en ellos, establecerles o zanjarles. La familia no existe como familia, es decir, como infierno, sino para el que ha renunciado a falsificar los mecanismos debilitadores o no sabe como hacerlo. La libertad de desgarrarse siempre ha sido el fantasma de la libertad. No nos liberamos de aquello que nos traba sin perder al mismo tiempo aquello sobre lo que nuestras fuerzas podrían actuar.
“I AM WHAT I AM”, pues, no una simple mentira, una simple campaña de publicidad, sino una campaña militar, un grito de guerra dirigido contra todo lo que hay entre los seres, contra todo lo que circula indistintamente, todo lo que une invisiblemente, todo lo que obstaculiza la perfecta desolación, contra todo lo que hace que existamos y que el mundo no tenga por todas partes el aspecto de una autopista, de un parque de atracciones o de una nueva ciudad: puro aburrimiento, sin pasión y bien ordenado, espacio vacío, helado, por donde no transitan más que los cuerpos matriculados, las moléculas automóviles y las mercancías ideales.
Francia no es la patria de los ansiolíticos, el paraíso de los antidepresivos, la Meca de la neurosis sin ser simultáneamente el campeón europeo de la productividad horaria. La enfermedad, la fatiga, la depresión pueden ser tomadas como los síntomas de lo que es necesario curar. Entonces trabajan para el mantenimiento del orden existente, para mi dócil adaptación a las normas débiles, para la modernización de mis apoyos. Ocultan, dentro de mí, la selección de las inclinaciones oportunas, conformes, productivas y aquellas en las que se necesite aceptar tranquilamente la pérdida. “Es preciso saber cambiar, tú sabes.” Pero, tomados como hechos, mis carencias también pueden contribuir al desmantelamiento de la hipótesis del Yo. Se convierten en actos de resistencia en la guerra que se libra. Se vuelven rebelión y centro de energía contra todo lo que conspira para normalizarnos, para amputarnos. El Yo no es quien está en crisis en nosotros, sino la forma con que se busca imprimirlo en nosotros. Se quiere hacer de nosotros unos Yo claramente delimitados, separados, clasificables y censables por cualidades, en resumen: controlables, cuando somos criaturas entre las criaturas, singularidades entre nuestros semejantes, carne viva tejiendo la carne del mundo. Contrariamente a lo que se nos repite desde la infancia, la inteligencia, no consiste en saber adaptarse –o si esto es una inteligencia, es la de los esclavos. Nuestra inadaptación, nuestra fatiga no son problemas más que desde el punto de vista de quien nos quiere someter. Siempre señalan un punto de partida, un punto de confluencia para complicidades inéditas. Evidencian un paisaje de otro modo más deteriorado, pero infinitamente más repartible que todas las fantasmagorías que esta sociedad mantiene sobre sus cuentas.
No estamos deprimidos, estamos en huelga. Para quien rechaza gestionarse, la “depresión” no es un estado, sino un pasaje, un hasta luego, un paso al lado hacia una desafiliación política. A partir de ahí, no queda otra conciliación más que la médica y la policial. Para ello está bien que esta sociedad no tema imponer el Ritaline a sus niños más despiertos, inicie a cualquiera en las dependencias farmacéuticas y pretenda detectar desde los tres años los “problemas de comportamiento”. Porque es la hipótesis del Yo la que se agrieta por todas partes.
Extraído desde: Colectiva Antipsiquiatría