Sobre la laguna serena de un profundo valle paradisíaco flota un templo que refugia a un maestro ermitaño y su discípulo. En sus correrías, el Discípulo niño ata al cuerpo de varios animalitos sendas piedras que les impiden desplazarse con facilidad, divirtiéndose con esta agresión a la naturaleza. El Maestro lo castiga, ordenándole que libere a sus víctimas de su peso, pero si alguna de ellas hubiera muerto, él cargaría esa piedra sobre su corazón durante toda su vida. La película narra de qué manera ese niño cumplió el karma que él mismo se había señalado.
Es curiosa esta elección de Kim Ki-duk por la variante mística y lírica para hablar de su tema siempre presente: la violencia del hombre y de las relaciones humanas. Es llamativo también que Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera sea la primera película del talentoso realizador coreano estrenada comercialmente en Argentina, donde algunas de sus obras anteriores pudieron verse exclusivamente en el ámbito del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires o en copias en CD que atesoran sus fans. Indudablemente, los premios en Berlín, San Sebastián y Locarno colaboraron a su difusión, algo que las también premiadas La isla y Bad Guy no habían logrado. Aun así, su estreno venía postergándose por meses, como si las distribuidoras todavía no creyeran que el cine coreano y particularmente Kim Ki-duk hayan creado su particular público.
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